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“Hasta aquí he llegado”, dice este sábado Garbiñe Muguruza, que a sus 30 años y después de haber descubierto la vida más allá del tenis, cuelga la raqueta. Lo hace a su manera, cuándo y cómo ella quiere. Con una impresionante carrera a sus espaldas. Lucen en sus vitrinas un Roland Garros (2016), un Wimbledon (2017) y una Copa de Maestras (2021), además de haber tocado el cielo del circuito con el número uno que alcanzó en su apogeo profesional. Es ya, pese a su juventud, uno de los grandes símbolos del tenis español, huérfano de heroínas desde que Arantxa y Conchita diesen el paso a un lado. Pero ahí llegó ella, jugadora singular, temperamental y especial, con un juego atronador y sus características idas y venidas. Derribó a las hermanas Williams, y nunca quiso aceptar el camino que le imponía el dogma: la genialidad son momentos, recuerdos únicos, y su naturaleza le guio por esa vía, en contra de la opinión popular. Jamás quiso ser una más, sino que simplemente fue ella misma: “Garbiñe”. Termina el viaje, intenso a más no poder. ¿Corto? De ninguna manera. A los 3 años ya sostenía una raqueta.
“Siento que ha llegado el momento. Estos meses de parón han sido claves. Cuando volví a casa, recibí el descanso con los brazos abiertos y cada día que pasaba me sentía mejor. No echaba en falta la disciplina ni la dificultad del día a día del tenis; iban pasando los torneos y me di cuenta de que las cosas habían cambiado. Todo lo llevamos al máximo, y por eso ahora disfruto de que no sea así, extremo. Me apetece mirar el siguiente capítulo, y no el del tenis, que ya es pasado. Si me hubiese dicho que iba a conseguir tanto, lo hubiese firmado. Es increíble”, explica este sábado de abril en el Palacio de Cibeles de Madrid, en el marco de la apertura de los Premios Laureus y después de una meditaba decisión que se consuma tras un año alejada de su deporte por iniciativa propia. Entonces necesitaba parar, coger aire y pensar, y gracias al nuevo día a día se dio cuenta de que hay un más allá de la pista, de ganar, de la adrenalina y también de las rutinas esclavizantes y de la erosión mental de la élite.
A contracorriente, Muguruza adopta la dirección opuesta: mientras la mayoría intentan prolongar todo lo posible el trayecto, ella decide abreviarlo. Es suficiente, dice. “De lo que más orgullosa estoy es de haberlo conseguido, de haber resistido; el resistir a esos momentos de dificultad, a todos esos malos momentos, y también los buenos, porque también te pueden dejar un poco descolocada”, prolonga. “Todos soñamos con ganar Grand Slams, llegar a la cima, ser maestra… Así que siento que he conseguido muchos sueños. No entiendo muy bien cuándo se hace historia, pero yo he hecho mi historia, que ha sido fantástica. Ha sido una decisión propia, me hacía falta. Ha sido una respuesta a lo que me hacía falta, a lo que sentía. Ha sido fácil, porque he ido tomándola poco a poco”, prosigue la exdeportista, que a corto plazo tiene en mente múltiples planes. Entre ellos, “casarme, formar una familia e incluso tener un perro, que parece una tontería, pero hasta ahora no podía”, prosigue.
Preguntada por qué momento de su carrera escoge, no duda: “La final de Wimbledon es única. La historia del tenis se formó ahí, así que no hay nada más allá. Es lo máximo que puedes conseguir”. Logrado el hito, hoy por hoy sigue viendo tenis, pero con un matiz: “No he vuelto a una pista”. En contra de la tendencia actual, mientras todos los tenistas intentan estirar al máximo sus carreras, ella vuelve a desmarcarse una vez más. Garbiñe ha sido Muguruza del primer al último día.
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El Pais